Tal vez las especies invasoras no son completamente horribles, después de todo

Por Jason G. Goldman
Publicado originalmente el 8 de mayo de 2015 en Conservation This Week
Traducción: Víctor Hernández Marroquín

Hace poco más de un siglo, Nueva Zelanda se enfrentó a un problemita muy adorable. Como ha sucedido con casi cualquier isla que nuestra especie haya colonizado, llevamos una colección de animales silvestres con nosotros. Ahora hay ratas y ratones en cualquier lugar donde haya humanos, así como perros y gatos, pero el principal problema para Nueva Zelanda eran los conejos. Estaban por todas partes. En aquel tiempo, el método favorito para lidiar con una plaga invasora, como los conejos, era introducir un depredador del que se supiera que le encanta engullir esa plaga. Por eso, en 1884 y 1885, el gobierno de Nueva Zelanda liberó por lo menos 224 armiños de la Gran Bretaña.

     Los armiños (Mustela erminea) son mustélidos, lo que significa que están relacionados a animales como comadrejas, nutrias, tejones, hurones, visones y glotones. En su nativa Gran Bretaña, más del 80% de la dieta de los armiños se componía de conejos europeos, a pesar de que los conejos mismos son invasores en esa isla. Fueron llevados a las islas británicas hace unos 2,000 años y se naturalizaron por completo a mediados del siglo XII. Así pues, el plan de Nueva Zelanda era reunir un puñado de armiños británicos y confiar en que limpiarían el problema de conejos de la isla... como si se tratara de un puñado de adorables trabajadores de limpia.

     Para el tercer año de la solución a los conejos de Nueva Zelanda, se enviaron otros 3 mil armiños y comadrejas tan sólo desde Lincolnshire (como los registros históricos son vagos, no es claro cuántos de esos 3 mil eran armiños y cuántos comadrejas; como fuera, eran muchos de cada uno). En el lapso de los siguientes veinte a treinta años, se liberarían miles de animales más; no se sabe con exactitud cuántos. Para fines del siglo XIX, se habían liberado tantos armiños en tantos lugares que colonizaron por completo las dos islas principales de Nueva Zelanda.

     Mientras los armiños recién llegados a Nueva Zelanda se ocupaban de sus asuntos —comer conejos y tener armiñitos— sus primos en la Gran Bretaña iban a tener que lidiar con un problema propio.

     A principios de la década de 1950, el virus mixoma comenzó a aparecer en Gran Bretaña. Cuando ese virus infecta a un conejo, causa una enfermedad conocida como mixomatosis, que suele ser llamada simplemente "mixo". La enfermedad se propaga entre los conejos ya sea por contacto directo o indirecto, por mordidas de pulgas o mosquitos que previamente se hayan alimentado de un animal infectado. Los conejos infectados suelen morir en un lapso de dos semanas, no antes de desarrollar tumores de piel, ceguera, fatiga y fiebre.

     Entre 1953 y 1955, la enfermedad había exterminado a cerca del 99% de la población británica de conejos, con el apoyo de un fatigado gobierno del Reino Unido, que sabía el tipo de desastre agrícola que pueden generar los conejos invasores. En algunos lugares, el virus fue introducido intencionalmente o propagado como método de control de plagas, metiendo conejos enfermos en las madrigueras de conejos sanos.

     Pero menos conejos significaba menos comida para sus depredadores, armiños incluidos. Los armiños jóvenes morían de hambre, y se veían menos hembras preñadas o lactantes que en los años anteriores a la epidemia en los conejos. Aunque los armiños comenzaron a depender en mayor medida de invertebrados, aves y roedores, ese cambio de comportamiento por sí solo no fue suficiente para evitar que sus números se fueran a pique. A lo largo de la década que le siguió al brote del virus, el número promedio de armiños capturados en terrenos de caza disminuyó 84% cada año.

     Típicamente, las especies invasoras tienen una diversidad genética escasa comparada con la de sus poblaciones originales, debido a que las poblaciones invasoras crecen a partir de un pequeño grupo de individuos fundadores. Sin embargo, en un giro único, resulta que la población de armiños de Nueva Zelanda tiene hoy una diversidad genética mayor que la de Gran Bretaña. Esa es la conclusión del biólogo Andrew J. Veale, de la Universidad de Auckland (que está ahora en un posdoctorado en la Universidad de Columbia Británica), y sus colegas, quienes han reportado sus hallazgos en la revista Molecular Ecology.

     Gracias a los registros históricos y a muestras genéticas tomadas de los armiños en ambos lugares, los investigadores concluyeron que la mayor diversidad en Nueva Zelanda no se debía a múltiples poblaciones originales de armiños (todas venían de la isla británica, ninguna de Europa), ni tampoco a una mayor tasa de mutación en la poblacion neozelandesa después de la introducción. En lugar de eso, los investigadores creen que se debe en su mayor parte al grave cuello de botella genético que ocurrió después de que la población de armiños británicos se fuera a pique en la década de 1950.

     No es una idea loca. Otro estudio encontró que los ratones de campo introducidos hace 5 mil años a las Islas Orkney de Escocia también retuvieron la diversidad que ahora han perdido sus poblaciones ancestrales del continente.

     Lo que esto significa para los investigadores es que las poblaciones introducidas pueden en algunas circunstancias, actuar como un "arca de diversidad genética". Esta es una idea que podría ayudar a salvar a las especies con dificultades, y no sólo a los armiños. La perdiz gris y el escribano soteño también alguna vez fueron comunes a lo largo de Europa y el Reino Unido. Los cambios en las prácticas agrícolas los han llevado a escasear en sus áreas de distribución nativa, mientras que las poblaciones introducidas en otros lados siguen prosperando. "Conforme nos movamos a la conservación de la biodiversidad genética, la diversidad genética conservada en las poblaciones introducidas podría considerarse valiosa también y, por tanto, valdría la pena reintroducirla," escribe Veale.

     Los investigadores advierten, sin embargo, que las poblaciones introducidas de armiños son adecuadas para actuar como arcas genéticas sólo porque se conoce la historia demográfica de ambas poblaciones. Careciendo de esa información relevante, los puros datos genéticos podrían haber llevado a los investigadores a la conclusión errónea de que la población más diversa en Nueva Zelanda era la población original y que los armiños británicos eran los invasores. Para poblaciones más antiguas, cuyas expansiones tal vez no estuvieron facilitadas por humanos, la diversidad genética por sí misma no es suficiente para inferir el proceso histórico que operó en ésta.

Fuente

Veale, A. J., O.J. Holland, R.A. McDonald, M.N. Clout y D.M. Gleeson. 2015. An invasive non-native mammal population conserves genetic diversity lost from its native range. Molecular ecology. DOI: 10.1111/mec.13102.

Colaboración con la revista Conservation de la Universidad de Washington, EUA.

Imagen: Un armiño británico de shutterstock.com