Que dejemos de esperar lo peor, dicen estos biólogos de la conservación

Por Sarah DeWeerdt
Publicado originalmente el 9 de junio de 2015 en Conservation This Week
Traducción: Víctor Hernández Marroquín


La historia de la conservación de la biodiversidad se suele leer como una letanía de esperanzas destruidas y expectativas rebajadas: cada vez más hábitats destruidos, cada vez más factores como los compuestos químicos tóxicos y el cambio climático que se combinan para agravar las amenazas, cada vez más especies que se precipitan hacia la extinción. Pero un nuevo estudio realizado por investigadores de la universidades de Vermont y de Duke señala que también hay buenas noticias en el reino de la conservación de especies, y dejar de atender los éxitos en la conservación puede desencadenar nuevos problemas.

         Los investigadores analizaron tendencias de población de 92 especies de mamíferos marinos y encontraron que de sólo 10 por ciento de ellas se sabe que están en declive. Casi la mitad –42 por ciento– está aumentando, y el porcentaje restante está estable (lo que podría indicar que están recuperadas) o no es posible detectarles ninguna tendencia.

         De hecho, en las últimas décadas se han visto recuperaciones dramáticas de algunas especies de mamíferos marinos. La población de las ballenas jorobadas en los mares cercanos al oeste de Australia ha crecido de menos de 300 individuos en 1968 a 26,000 en la actualidad. El elefante marino del norte se ha recuperado en el Pacífico nororiental a partir de escasos 20 individuos en la década de 1880 a más de 200,000 el día de hoy, un número que probablemente se acerca a la abundancia que tenían antes de que los humanos entraran en contacto con ellos.

         Pero, paradójicamente, el regreso de mamíferos marinos y otras especies no siempre significa buenas noticias para la gente que se ha acostumbrado a su ausencia. "Después de no estar presentes por generaciones, estas especies olvidadas pueden ser vistas de repente como si fueran recién llegadas... o incluso como pestes," dice Joe Roman, un biólogo de la conservación en la Universidad de Vermont y el autor principal del estudio.

         Las focas grises, por ejemplo, han protagonizado desde la década de 1970 un retorno espectacular en el Atlántico Norte. Algunos residentes de los pueblos costeros de Nueva Inglaterra culpan a las focas por ensuciar las aguas cercanas a la costa, atraer tiburones y menguar la población de peces. En Canadá, las autoridades han propuesto matar 70,000 focas grises, supuestamente para proteger las poblaciones de peces de fondo, aun cuando no hay evidencia científica que ligue a esos mamíferos con el declive de las pesquerías.

         La solución a estos conflictos es "elevar las condiciones de referencia", según proponen los investigadores, lo que significa hacer que el público sea consciente de las recuperaciones exitosas y de cómo éstas se relacionan con los niveles poblacionales históricos de las especies.

         La idea es un juego de palabras, y un contrapeso, al "cambio de condiciones de referencia", un término acuñado por el biólogo de pesquerías Daniel Pauly en 1995. Originalmente, este concepto se refería a las percepciones de las reservas de pesquerías, pero ha adquirido un sentido más general, que describe la tendencia de la gente a adaptarse psicológicamente a las condiciones ecológicas degradadas y a percibirlas como lo normal.

         En el nuevo estudio, los investigadores proponen cuatro estrategias para poder levantar las condiciones de referencia. Antes que nada, dicen, hay que celebrar las historias de éxito de la conservación y asegurarse de que el público esté consciente de ellas. Adicionalmente, los conservacionistas deberían abogar porque se saque de las listas a las especies que se han recuperado, pues eso crea la expectativa en el público de que la recuperación es posible, y además libera recursos para proteger otras especies. Deberían enfatizar los beneficios ecológicos y culturales en líneas generales del regreso de especies, con el fin de contrarrestar las percepciones de que esos animales son un "fastidio". Y deberían tratar de anticipar y planear cómo abordar los conflictos entre humanos y otras especies que puedan ocurrir cuando una especie se recupera.

         Por supuesto, no todas las especies en peligro están a la alza y hay, por mucho, más especies a la baja que en recuperación, se apresuran a reconocer los investigadores (tal vez probando su propio punto sobre lo difícil que es celebrar los éxitos de conservación cuando todavía hay mucho trabajo por hacer). Pero verle el lado bueno a las cosas de vez en cuando no es una mala idea.

         El otro día, observé cómo una parvada de cuervos acosaba a un águila calva a través de los cielos de mi vecindario semi-urbano en Seattle. Recuerdo la primera vez que vi un águila calva, a finales de los años noventa. Estaba perchada en una rama cerca de la orilla del Lago Washington, y me sentí asombrada y con suerte por haber visto a este ícono las especies en peligro. Pero la verdad es que ya he perdido la cuenta de las águilas calvas que he visto desde entonces. Esta vez fue fascinante ver la interacción entre las aves, pero el hecho de que un águila calva estuviera involucrada no me pareció excepcional... y eso en sí mismo es una cosa excepcional. Mis condiciones de referencia –y mis ánimos– ya están levantados.

Fuente

Roman J. et al. 2015. "Lifting baselines to address the consequences of conservation success." Trends in Ecology and Evolution DOI: 10.1016/j.tree.2015.04.003


Colaboración con la revista Conservation de la Universidad de Washington, EUA.

Imagen: Focas grises (Halichoerus grypus) en una congregación en el puerto de Chatham, Cape Cod, en el verano de 2013. Crédito: David W. Johnston, con permiso de la NOAA.