En los comederos, las aves se sirven ricas semillas con una guarnición de conjuntivitis

Por Jason G. Goldman
Traducción de Esmeralda Osejo
Publicado originalmente el 23 de septiembre de 2015;Conservation This Week

Como si los amantes de las aves no tuvieran suficientes cosas de qué preocuparse. A principios de este año se publicó un estudio que muestra que los comederos de aves en los jardines pueden ser, en realidad, perjudiciales para las especies nativas, ya que contribuyen a fortalecer a las especies invasoras. Ahora, un nuevo estudio indica que los comederos de aves son culpables, al menos en parte, de la transmisión de enfermedades en un ave canora de América del Norte. Esto es motivo de no poca preocupación cuando se trata de un país en el que alrededor de 55.5 millones de personas gastan más de cuatro millones de dólares al año en comederos de aves y en la comida con la que los llenan. Si se uenta el número de casas en una calle de Estados Unidos. Una de cada cinco, según las estadísticas, tiene un comedero de aves. El riesgo de transmisión de enfermedades entre las aves silvestres es enorme.
     Los modelos epidemiológicos tradicionales consideran por igual a todos los individuos de una población: llega una enfermedad, el animal se enferma y entonces transmite el patógeno a otro individuo. Pero la verdad es que, en la mayoría de los casos, unos pocos individuos son responsables de la mayor parte de la transmisión. Esos individuos que son desproporcionadamente susceptibles a contagiarse o transmitir esos patógenos, se llaman “súper-receptores” o “súper-transmisores”. Entre los humanos, una persona puede ser un súper-transmisor si tiene una mala higiene en las manos, por ejemplo, y una persona con una gran cantidad de parejas sexuales puede ser tanto un súper-receptor como un súper-transmisor en lo que a Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) respecta.
     De manera similar, algunos de los factores que podrían convertir a un determinado animal en un súper-receptor o un súper-transmisor podrían estar relacionados con cambios en su estatus dentro de la comunidad, acicalamiento, hábitos alimenticios o cantidad de agresiones que recibe.
     En América del Norte, el pinzón mexicano (Haemorhous mexicanus), un ave canora común en los jardines, se ve frecuentemente afectado por infecciones causadas por una bacteria llamada Mycoplasma gallisepticum o MG. Originalmente, la enfermedad se propagaba sólo entre las aves de corral, pero en algún momento a mediados de la década de los noventa se extendió a las aves canoras silvestres. En el caso del pinzón mexicano, las infecciones de MG provocan conjuntivitis severa (lo que en humanos suele llamarse pink eye [ojo rosa]) y pueden ser la causa de importantes disminuciones en sus poblaciones. Desde que la MG se propagó entre los pinzones mexicanos, los investigadores norteamericanos han observado epidemias cada invierno.
     Para determinar la forma en que la enfermedad se transmite entre estas pequeñas aves (un pinzón mexicano promedio pesa apenas un poco más que una lata de refresco vacía), el biólogo James S. Adelman del Virginia Tech (Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia), quien ahora se encuentra en Iowa, y otros colegas de la Universidad Estatal de Iowa, Universidad de Oxford, Universidad de California en Davis y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, tuvieron bajo observación a los pinzones mexicanos en los alrededores del campus del Virginia Tech.
     En el transcurso de cinco meses, los investigadores capturaron 180 aves en seis zonas dentro y fuera del campus. A cada una de las aves le pusieron un anillo de identificación y un pequeño radiotransmisor. Antes de soltarlas, les hicieron un chequeo para detectar posibles infecciones de MG. Cada vez que las aves regresaban a los comederos, un pequeño receptor RFID recibía la señal emitida por los radiotransmisores y registraba sus visitas.
     Descubrieron que las aves más agresivas, que interactuaban de manera más frecuente con otras aves, no eran más susceptibles a las infecciones MG que las menos agresivas. También, contrario a sus predicciones, Adelman y su equipo descubrieron que los individuos más aislados eran más propensos a enfermarse que aquellos con mayores conexiones sociales, aunque esta tendencia no resultó determinante. El factor más importante para predecir la enfermedad estaba relacionado con los hábitos alimenticios. Considerando el total de horas al día que los pinzones mexicanos pasaban en los comedores era posible establecer las probabilidades de que mostraran síntomas de conjuntivitis.
    La tendencia a alimentarse en los comederos vuelve a algunos individuos más propensos a convertirse tanto en súper-receptores como en súper-transmisores, aunque no está claro si la enfermedad se transmite directamente entre individuos o si las bacterias pueden sobrevivir el tiempo suficiente en los comederos como para atacar a los individuos. Las observaciones de los investigadores por sí solas no bastaron para verificar si las aves infectadas tenían una mayor predisposición a visitar los comederos o viceversa. Por esta razón, Adelman recurrió a analizar parvadas capturadas en el medio silvestre. Después de identificar cuáles eran los individuos más propensos a alimentarse en los comederos, infectó a algunos y observó la propagación de la enfermedad dentro del grupo. En total, tenía 11 grupos de cuatro pinzones cada uno. Ese es el tamaño promedio de una parvada de estas aves en temporada de invierno.
     Los resultados del experimento confirmaron la teoría de que los comederos estaban relacionados causalmente con la transmisión de la enfermedad. En los grupos en los que se infectó al individuo que se alimentaba con mayor frecuencia en el comedero, una segunda ave comenzó a mostrar síntomas de conjuntivitis al octavo día. Aunque la enfermedad también se propagó en los otros grupos, fue en el doble de tiempo: pasaron 16 días, en promedio, antes de que un individuo sano comenzara a mostrar síntomas clínicos de infección.
     ¿Significa que deberías quitar tus comederos? La verdad es que los comederos para aves no son de gran ayuda para ellas; están ahí más para nuestra propia satisfacción que para el bienestar de nuestras amigas emplumadas. En abril expliqué que, estadísticamente, no hay mayores probabilidades de que las aves visiten los patios o jardines con comederos de aves que los que no los tienen. Si quieres atraer aves con un método que realmente las beneficie, lo mejor que puedes hacer es aumentar la variedad vertical de tu jardín. En otras palabras: planta árboles, de preferencia especies nativas. Plantar árboles y arbustos nativos que puedan ofrecer frutos y bayas a las aves hambrientas también es una buena idea. Con un poco de suerte, esas plantas van a seguir ahí mucho más tiempo que tu comedero, alimentando a una generación de aves tras otra, hasta un futuro muy lejano.

Fuente: Adelman JS, Moyers SC, Farine DR, & Hawley DM. (2015). Feeder use predicts both acquisition and transmission of a contagious pathogen in a North American songbird. Proceedings of the Royal Society B, 282: 20151429. DOI: 10.1098/rspb.2015.1429.
Colaboración con la revista Conservation de la Universidad de Washington, EUA.
Imagen de cabecera: “Male house finch” vía shutterstock.com